Lucila González Aranda, guardiana del arte y la memoria santandereana, partió en la madrugada del 20 de diciembre, dejando un importante legado en los museos, las aulas y los corazones que tocó con su pasión por la cultura.

En el hogar de Valentín y Clema, la Bucaramanga de 1931 vio nacer a Lucila González Aranda, ese día los vientos susurraban la llegada de una mujer destinada a entretejer los más bellos matices con que las artes se engalanan y enseñaría a preservarlos en museos y centros de estudio, para disfrute de futuras generaciones.

La maestra Lucila falleció este 20 de diciembre en la madrugada.

Desde pequeña, Lucila sintió el llamado de todo cuanto albergaba el trabajo humano para ser resaltado o protegido y así arte e historia se convirtieron en su brújula.

Creció rodeada del calor santandereano, pero su espíritu buscaba horizontes más vastos. Fue en la Universidad de los Andes, en Bogotá, donde las primeras luces de su camino se encendieron. Allí, entre libros y cátedras, tuvo el privilegio de ser alumna de Marta Traba, crítica de arte que encendía pasiones y sembraba inquietudes. Bajo su guía, Lucila entendió que el arte no es solo una expresión, sino una forma de resistencia y permanencia.

 

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