Aunque en Bucaramanga hoy no se puede apreciar el eclipse total de sol, que tiene paralizado a varios países, vale recordar que en 1998 aquí el cielo también se oscureció, como si fuera el amanecer o el anochecer. Los bumangueses, que se encontraban en el camino del fenómeno natural, pudieron apreciar ese espectáculo. ¿Cómo se vivió en ese entonces?
Cuando el mediodía despuntaba y el sol, tras una enorme sombra se ocultaba, casi todos los bumangueses, invadidos del imperativo deseo de curiosear, presenciaron con la frente en alto y la Luna en trance, el último eclipse solar del pasado milenio. Era el 26 de febrero de 1998. Corazones excitados por el espectáculo natural, miraron hacia el cielo, ocultos en gafas de filtro especial, en pantallas de televisión, platones con agua y hasta en el trasluz de las hojas de los árboles.
Emocionados, los niños y los adultos, en distintos puntos de la calle 36 con carrera 15, se apresuraron a agarrar entre sus manos los ‘miles de eclipses’ que se caían de los árboles y que se habían formado entre sus hojas por efecto de los rayos de la ‘mordida’ luz solar.
Doña Teresa Jaimes, quien esa suerte tuvo, mientras vendía sus dulces al lado de la puerta del edificio de las otroras Empresas Públicas, prestaba sus gafas a cuanto transeúnte podía y de paso, una pequeña clase de astronomía recitaba, para que, eso sí, quedará claro que sobre el Sol era la Luna la que se posaba.
Pero los trucos, como el encanto de la situación, apenas al rato se ‘eclipsó’. Cerca a las 2:00 de la tarde, con menos tránsito que el de costumbre, los bumangueses volvieron a sus caras serias, a su andar rápido y a mirar hacia el frente donde el universo es siempre indolente.
En otro punto de la ciudad, en el barrio José Antonio Galán, tal vez ni al hoy desaparecido Gabriel García Márquez en su mágico mundo de Macondo; ni a Shinji Yamaha, el japonés que llegó de Oriente con modernos telescopios para ver el último eclipse del milenio, se les hubiera ocurrido la ingeniosa y barata empresa de montar en un barrio pobre un ‘observatorio solar’.
Los integrantes de la familia Pérez fueron los creadores de tan singular iniciativa. Las únicas cosas que necesitaron para armar su particular mirador del cielo fue un vidrio y una caja de aceites vieja. Así, sin mucha arandela y con un margen de error mínimo, los Pérez armaron su centro de observación.
La cuestión era muy sencilla: “… subastar el eclipse por módicos $ 200. El que quiera verlo, que pague”. Según Ciro Pérez, el ‘científico’ popular de este relato, “… con anterioridad hicimos todo el estudio de mercadeo. Es que aquí nadie tiene ni plata ni tele para ver esta vaina en vivo y en directo y sin joderse los ojos”.
Toda esta historia, que más parecía un buen libreto para una película del director Sergio Cabrera, logró ‘eclipsar’ a más de un vecino. A falta de gafas ultrasolares, telescopios modernos e incluso de televisores para ver las imágenes, la gente se le apuntó a la promoción del día: $200, ¡eso sí! en sencillo, y listo: dos minutos para ver el acontecimiento del siglo; no desde la NASA, sino desde las polvorientas calles de un popular barrio de Bucaramanga.