El presidente impulsa la industria fósil, se despide del Acuerdo de París y desmantela regulaciones mientras la ONU advierte del retroceso global en materia ambiental.

Desde el primer minuto de su segundo mandato, Donald Trump ha puesto en marcha una ofensiva frontal contra las políticas climáticas.

Su primer acto oficial fue abandonar el Acuerdo de París, una decisión simbólica que marcó el tono de una administración decidida a priorizar los combustibles fósiles por encima de los compromisos internacionales.

La escena de Trump firmando órdenes rodeado de mineros no fue accidental: refleja una visión de país donde el carbón vuelve a ser “limpio y hermoso” y el petróleo es sinónimo de poder y libertad.

Emergencia energética y perforaciones sin freno

En el mismo discurso inaugural, Trump declaró una “emergencia energética nacional”, lo que le permitió acelerar nuevos proyectos de explotación de gas y petróleo, incluyendo vastas zonas de Alaska. Su lema no dejó lugar a dudas: “Vamos a perforar, perforar, perforar”.

El mandatario ha impulsado la apertura de más de 600 millones de acres federales para exploraciones, mientras elimina regulaciones que limitaban la emisión de gases contaminantes.

Hasta 31 normativas están bajo revisión, por la Agencia de Protección Ambiental (EPA), ahora dirigida por Lee Zeldin, quien declaró abiertamente: “Estamos apuñalando en el corazón a la religión del cambio climático”.

Entre las víctimas de la nueva política climática están los programas de apoyo a los vehículos eléctricos. El plan NEVI, con 5.000 millones para cargadores, ha sido congelado, y se anunció el cierre de estaciones de recargo en oficinas públicas cuando venzan los contratos actuales.

Mientras tanto, el gobierno promueve la expansión minera y la explotación de los fondos marinos en busca de minerales críticos y tierras raras. El carbón, incluso, podría ser clasificado como “mineral estratégico”, aunque ni la UE ni otros países lo reconocen como tal.

Deserciones corporativas y presión internacional

El giro de Washington ya comienza a tener impacto en el sector privado: los seis principales bancos de EE.UU. abandonaron la Alianza Bancaria Cero Emisiones, y la influyente gestora BlackRock dejó una coalición similar.

Estos movimientos debilitan compromisos climáticos clave firmados bajo el respaldo de Naciones Unidas.

Pero el secretario general de la ONU, António Guterres, fue claro: “Ningún gobierno puede detener la revolución de la energía verde”.

Las decisiones de Trump han encendido alarmas entre líderes ambientales y figuras públicas. La actriz Jane Fonda no se contuvo: “Nos está matando. Está del lado de la muerte”.

Su voz se suma a la de organizaciones ecologistas que ven con preocupación cómo EE.UU., históricamente uno de los principales emisores del planeta, se aparta del esfuerzo global.

Aunque presume de tener “el aire y el agua más limpios del mundo”, Trump ha hecho del retroceso climático un eje de gobierno, en abierta confrontación con la ciencia, el consenso internacional y su propio legado ambiental.

*Con información EFE

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