En Barichara, un grupo de mujeres decidió romper el silencio y construir una historia propia. Lideradas por Rosa Inés Ospina, lograron crear una política pública desde la comunidad, para las mujeres y con las mujeres, un movimiento que sembró esperanza y trazó un nuevo camino en el pueblo más bonito de Colombia.
Entre calles empedradas y fachadas coloniales que guardan siglos de historia, Barichara, el “pueblo más bonito de Colombia”, despertó una nueva voz. Durante años, la participación de las mujeres había sido un eco perdido entre juntas de acción comunal y campañas políticas que las llamaban para cumplir cuotas. Nadie las escuchaba. Nadie las veía. Pero llegó un momento, una grieta en el tiempo, cuando Rosa Inés Ospina decidió que el silencio debía romperse.
Todo comenzó con un cambio de gobierno y un alcalde dispuesto a mirar donde pocos habían mirado. Con esa pequeña ventana abierta, Rosa no dudó en dar el primer paso. Tomó su experiencia, su trayectoria, y la convirtió en una bandera: “Es hora de poner el tema de las mujeres sobre la mesa”. Envió mensajes, tocó puertas y encontró a Natalie Barragán, una mujer que no sabía del tema, pero quería aprender, quería liderar. De ese encuentro nació la primera chispa de un movimiento que apenas comenzaba.
La jornada que lo cambió todo
El 8 de marzo, día internacional de la mujer, no fue solo un día más en el calendario. En Barichara, la fecha se convirtió en una semana de arte, cultura y reflexión. Niños y niñas pintaron sus derechos en concursos, mujeres urbanas y rurales participaron con historias y fotografías que contaban más de lo que las palabras podían expresar. Y entonces, ocurrió: más de 600 mujeres se reunieron en un acto de premiación donde, por primera vez, sintieron que el espacio también era suyo.
No era solo un evento; era el primer paso de algo más grande. “El primer hito fue ese: instalamos el tema en la agenda pública”, dice Rosa.
Pero poner el tema en la mesa no bastaba. Rosa, Natalie y un grupo de mujeres voluntarias construyeron algo que hasta entonces parecía imposible: una política pública para las mujeres, hecha por ellas y para ellas. Diagnósticos participativos, talleres en veredas y barrios, diálogos con maestras, madres cabeza de hogar y lideresas comunitarias, todas ellas aportaron. El resultado fue una política que no nació de escritorios fríos ni de consultorías distantes.
“Aquí no hubo contratistas ni expertos externos: fue una política de la gente, un tejido hecho con las manos y voces de las mujeres de Barichara”, dice Rosa con orgullo.
El camino, sin embargo, no fue fácil. El Consejo Municipal, acostumbrado a otras formas, miró con recelo: “¿Cómo sabemos que esto está bien hecho?”. Pero Rosa y su equipo respondieron con firmeza: llevaron conceptos, asesorías de expertas y un respaldo que nadie pudo cuestionar. Finalmente, el 25 de noviembre, la política pública fue aprobada en sesión abierta. Entre aplausos y lágrimas, las mujeres entendieron que la voz de una comunidad organizada puede transformar la historia.
Lo que sigue: una hoja de ruta con nombre de mujer
Pero Rosa es consciente de que la verdadera lucha apenas empieza. La política aprobada no es un final, es un punto de partida. Los retos ahora son claros: asignar recursos, institucionalizar una oficina de la mujer y transversalizar el enfoque de género en todas las secretarías.
Las mujeres necesitan más que palabras en un papel: necesitan guarderías para sus hijos, oportunidades de trabajo digno, alfabetización y espacios donde se sientan seguras. Necesitan que sus problemas sean problemas públicos, no asuntos relegados al olvido.
Por eso, en cada reunión, en cada taller, Rosa les recuerda que esto no se trata de caridad ni de ayudas ocasionales. “No estamos pidiendo favores, estamos reclamando derechos”, dice con la voz firme de quien sabe que el futuro se construye un paso a la vez.
Barichara ya no es el mismo pueblo donde las mujeres callaban. Hoy, existe una mesa de mujeres llamada Patiamarillas y Más, donde se encuentran, dialogan y construyen juntas. Existe un Consejo Consultivo que será su voz ante las instituciones. Y existe una política pública que, aunque recién nacida, ya lleva el peso de sueños que nunca antes habían tenido espacio.
Quizá lo más bello de esta historia no sea la política misma, sino lo que significa: que las mujeres de Barichara se han reconocido entre ellas, que han entendido que su voz tiene fuerza y su camino, dirección.
Un día, alguien tomó el celular y escribió un mensaje a Rosa: “Gracias en nombre mío, de mi mamá y de mis ocho hermanas. Cuente conmigo para lo que necesite”. Y en esas palabras está el eco de una comunidad que despierta, que se organiza y que promete no volver a callar.
Porque, como dice Rosa Inés Ospina, “esto no es un trabajo burocrático, es un movimiento que nació del corazón de las mujeres”.
Y en Barichara, ese movimiento apenas está comenzando.