Ríos grandes, pequeñas promesas: Ministro de Cultura en Riachuelo

“Una promesa sincera incluye la posibilidad de no poder ser realizada a causa de los múltiples azares que afectan la vida concreta a través del tiempo, sus límites e impotencias. Pero lo que nunca deja de ser cierto es que ha sido hecha, y que esta declaración marca un punto de inicio donde se crea un vínculo y se establece un compromiso”, dice la filósofa española Marina Garcés en un estimulante ensayo llamado El tiempo de la promesa.

Muchas niñas y niños y jóvenes de Colombia se acostumbraron a oír promesas que no se cumplen. Muchos adultos hemos pronunciado en vano futuros que no han llegado. También fui niño y cuando joven también escuché con escepticismo ese mundo de las promesas en las cuales muchos poderosos parecían estar cómodos con enunciar cosas que jamás ocurrían. Un verso de una canción de Desorden Público, una banda venezolana de ska que oía en los años noventa decía: “¿Y dónde está el futuro que yo no lo veo?”; la película que más me marcó a los trece años se llamó Rodrigo D. No futuro. ¿Qué quiere decir crecer creyendo que no hay esperanza y que la vida se parece más a una pesada condena? ¿Por qué nos enseñaron a temer y no a amar? ¿No son los colegios los lugares donde deberíamos aprender a cumplir, poco a poco, lo que prometemos? ¿No deberían ser los espacios para el juego y el sueño, es decir, para abrir futuros en el presente a través de la imaginación y no para el repaso, la rigidez y el castigo?

Cuando crecemos constreñidos y no nos entregan como un tesoro la idea de que cualquier libertad entraña en el fondo una profunda responsabilidad con uno mismo y con los otros, nos acostumbramos a desconfiar y a dudar de todo aquello que no sea concreto y rápido y a considerar que todo depende del esfuerzo individual o del provecho que podamos sacar pasando por encima de otros. Si alguien nos promete algo, pensamos, bajo esa lógica de la desconfianza, debe poderse ver en lo inmediato pues de lo contrario alguien nos está haciendo trampa de nuevo.

Pienso en este lugar, en este hermoso colegio, y en una historia dolorosa como pocas que ha vivido este país de promesas incumplidas, en el cual miles de niños y niñas han crecido a manos de adultos que no han entendido, de manera profunda, cuánto daño somos capaces de causar; cuánto cuando mentimos, manipulamos y engañamos a quienes tienen puesta su mirada, día y noche, con un pie en el presente y otro en el futuro.

El daño que causaron algunos adultos en este lugar estará ahí, como testigo permanente, pero no tiene por qué ser una condena ni la única historia posible para que se recuerde a este municipio que ha sido parte determinante de la república, desde los días en que los Comuneros se opusieron a las medidas fiscales injustas, y sin querer queriendo, comenzaron a abrir los caminos para una verdadera emancipación que condujo a la independencia del país. Durante cincuenta años, en estos territorios, se crearon futuros gracias a los cuales pudimos construir un destino nuevo llamado Colombia. Antonia Santos, José Antonio Galán y José Acevedo y Gómez fueron mujeres y hombres comunes y corrientes, y quizás habría que volver a pensar, como ellos, en que todos lo somos. No hay nada malo en ser común. En poder ser comuneros, parte de algo, de una sociedad convencida de que el valor más radical y más valiente hoy es la defensa de la paz, cuando de nuevo asesinan jóvenes los grupos armados cegando con cada asesinato una promesa que soñaba con ser cumplida.

El presidente Gustavo Petro ha sido insistente en adelantar procesos de resignificación simbólica en lugares gravemente afectados por las violencias y el conflicto armado. Él es un hombre que cree en el poder de los símbolos. Nosotros creemos, como Ministerio, que ese poder reside en la posibilidad de abrir conversaciones a temas difíciles, en lugares que han querido ser estigmatizados y condenados. Cuando empezamos a sincerarnos, y a poder expresarnos sobre aquello en lo que creemos, es posible alcanzar la paz, pues entendemos que la convivencia no es un punto de llegada, sino un eterno recomenzar.

El Colegio Nuestra Señora del Rosario, corregimiento de Riachuelo en Charalá, Santander, no solo fue el escenario de esas torturas ampliamente difundidas por la prensa hace unos meses; también ha sido el lugar donde muchas y muchos de ustedes, sus familias, sus amigos y gente querida y amable han abierto espacios para la vida. Por ello, desde el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes hemos venido hasta aquí para decirles que podemos comprometernos de nuevo, poco a poco, con paciencia, sin grandilocuencia: hemos nombrado lo que estamos tratando de hacer como un río de la memoria. Los ríos corren por nuestro país como venas de un cuerpo que debemos sanar entre todos. Las promesas pueden comenzar a parecerse más a nosotros mismos. A personas como Adriana Lizcano y Edson Velandia, increíbles seres humanos que además de músicos creen en el inmenso poder de la constancia como máquina productora de belleza y que han estado con ustedes coordinando un laboratorio musical; a los colegas que han venido estos días a sentarse con ustedes, como La Colectiva de Género y las mujeres de Riachuelo, para pintar juntos un mural; o a los maestros que comenzarán a llegar a este colegio para poner en marcha el programa Sonidos para la Construcción de Paz.

Ningún artista es mejor ser humano por el hecho de serlo. Todo ser humano puede trabajar en función de otros y así construir una obra común, comunera, una obra rica en comienzos, como dice Garcés; tal vez no llegaremos, nos dice, a donde queríamos, pero habremos tenido juntos un punto de partida. O muchos. «Solo la tiranía de la incertidumbre, el tiempo que convierte el accidente en destino, puede arrasar su potencia y su recuerdo». Hoy venimos a hacer promesas pequeñas y dependerá de nosotros cumplirlas. Esperamos que ustedes empiecen a hacerse otras entre ustedes. Así crecen los ríos poderosos.

Shares:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *